miércoles, 13 de abril de 2011

De lactarios, nodrizas y puericultura en algunos relatos historicos de mi pais.



Es simplemente un acopio de algunas publicaciones que hablaban de la historia de la provincia de Buenos Aires, uno puede tomar como rescate de la historia bonaerense o deprimirse por la sensación continua de volver a empezar. Los articulos en referencia estan al final de esta entrada y espero que sea útil cuando estamos por celebrar 100 años de la Pediatria en Argentina.
Por favor si ud, tiene información al respecto hagamelo saber.

He recibido información sobre Lactarios en San Juan publicada por Diario de Cuyo en su edición del martes 21/11/1989, conmemorando los 45 años de la puesta en marcha del lactario provincial cuando el Dr. Ricardo Lopez Mansilla quien fuera destacado cirujano de la época a más de ocupar variados cargos dentro de los organismos de salud. La misma fue enviada por su hijo Eng. Ricardo López Méndez desde San Juan y al que agradezco la importante referencia.
También nos dejo un link de la Federación Argentina de Cardiología donde consta que el Dr. Ricardo López Mansilla fue colaborador del Dr. Salvador Mazza en los comienzos de la detección y tratamiento de la enfermedad de Chagas.
Y a la que sumo un link con la foto de tan destacado miembro de la sociedad sanjuanina http://www.fundacionbataller.org.ar/banco_de_fotos/pag_foto.php?foto=1945GSITC1605
Esta valiosa información además de ser enviada a la Subcomisión de lactancia de la Sociedad Argentina de Pediatría la publico a pedido como referencia histórica.

Dra Patricia Barrios Skrok

Después de 1910 Emilio Coni Medico higienista de la época afrontaba la llegada de inmigrantes a la ciudad con el sueño de la casa propia, echo que era aportado por el estado en un clara ocupación del asistencialismo. Las casas huerto jardín se ubicaban en barrios de trabajadores en un improvisado mundo urbano sin servicios básicos y con casas colectivas. Las madres solteras recibían un subsidio, lugar para vivir, priorizaban la higiene pública y la asistencia del niño y minusválido. Existían maternidades con asistencia de partos a domicilio, cantinas maternales y consultorios ginecológicos.
Existían dispensarios de lactantes, casas cunas barriales, consultorios medico preventivos, casa de colonias de vacaciones, copa de leche en las escuelas y almuerzos, los asilos maternales para huérfanos, indigentes y abandonados, colonias agrícolas y permanentes para los niños débiles. Había consultorios y farmacias en las fábricas, en las escuelas industriales y de profesionales de artes y oficios. Toda una ciudad bajo la tutela de un estado filantrópico.
A comienzos del siglo XX tenían un 60% agua potable ero un 35% cloacas provocando esta dispareja evolución enfermedades infecto contagiosas como la fiebre tifoidea, desde 1920 a 1930 se trabajo en sanear la ciudad con infraestructura y equipamiento. También se trato de limitar la mortalidad infantil con vacunación paliando las causas endógenas de la misma por una ley en 1903 que la hacia obligatoria.
En 1930 al 40 empieza el uso de los ATB y SRHO que disminuyen la mortalidad infantil a un 13% Mejoramiento ambiental y los cuidados de la madre que destetaban a sus hijos precozmente. Los dispensarios de lactantes, las casas de puericultura y la inspección de nodrizas que actuaban de escuelas para las madres. Oliva en 1918 tenia en su consultorio carteles como “ La leche es irremplazable en el niño de pecho”, La leche de madre es el mejor alimento para el niño, la leche de madre debe pertenecer al hijo.
En 1910 se haban muerto muchos niños a causa de la venta de leches artificiales sumado a las inundaciones y condiciones socioeconómicas laborables. (E coni) pues las madres habían dejado de amamantar y daban otros alimentos poco convenientes. Era la asistencia de nodrizas que inspeccionaba los domicilios para comprobar esta situación (Oliva) En 1913 se reglamenta pasteurizar la leche o esterilizarla y se conforma el etiquetado del envase cosa que aun hasta 1960 no se cumplía ya que aun circulaba la venta en tarros comunes.
Desde 1940 se distribuyen raciones alimentarias a las madres, raciones de leche pura, con cereales con harinas o dextromaltosas y en menor cantidad leches modificadas.
En los dispensarios de lactantes se entregaba, leche de vaca fluida o en polvo, beuberre, leche condensada, etc. Y eran atendidas por dos empleadas en preparación de los alimentos, todo con un costo para la ciudad de 3 centavos por lo más de 1 millón de niños asistidos. En esa época desaconsejaban el adiestramiento de la preparación de alimentos dejándolo a cuidado de estas preparadoras con mayor higiene que en sus hogares vigilando así la alimentación artificial.
La de Justino Ramos Mexía, de 1898, afirmaba que los roles sociales de los hombres y mujeres estaban prescriptos por la evolución y que el de la mujer debía, ante todo, garantizar “la calidad de la raza”. Era necesario, entonces, desarrollar para ellas un programa de estudios “separado de los hombres”, que facilitaría el florecimiento de “sus aptitudes intelectuales” a los fines de “hacerlas irradiar sobre la cuna y sobre el hogar doméstico” toda vez que “la mujer está en la madre y nada más, y la maternidad debe ser eje sentimientos y de su salud”.
De modo que las renovadoras ideas que apuntaban a la incorporación de la mujer a la práctica del ejercicio físico y el deporte respondieron a un empeño por mejorar su condición de madre, un objetivo que, aún en sus limitaciones, demandaba revisar algo de las tradicionales restricciones al uso del propio cuerpo. Con esos presupuestos se fue demarcando la discusión sobre cuál era el tipo e intensidad de actividad física más conveniente para reforzar la esencia maternal de la mujer.
Hacia fines del siglo XIX ese debate estaba claramente acotado, no sólo por la falta de derechos civiles y menor acceso a la educación de las mujeres sino también por una realidad cotidiana marcada por corsés apretados que dificultaban la respiración y largos y pesados vestidos que impedían los movimientos rápidos. Entrado el siglo XX, algo de esa moda se ha adaptado o renovado, haciendo menos complicado cualquier empeño de ejercitación corporal.
Como sea Como sea, esas nuevas posibilidades tendieron a reafirmar los enfoques esencialistas antes que a reformularlos. Un tratado de divulgación higiénica afirmaba en 1919 que “la cultura física es más necesaria en la mujer que en el hombre”y que el fortalecimiento del cuerpo femenino demandaba de “ejercicios de gimnasia abdominal y pelviana, con el objeto de desarrollar la musculatura y mantener la circulación activa en las regiones donde están alojados los órganos sexuales, y de gimnasia respiratoria, para favorecer el desarrollo del aparato pulmonar y las glándulas mamarias”.
El mismo tratado advertía con disgusto que “la gimnasia que practican algunas mujeres sigue un feminismo absurdo” que las terminará convirtiendo en “seres híbridos, marimachos con todos los defectos y ninguna de las virtudes de ambos sexos”. Esta gimnasia, fortalecedora del cuerpo de la mujer pero sin directa intencionalidad maternalista, era ciertamente transgresora y probablemente bastante similar a la que practicaban algunas mujeres en muchos lugares de la Europa anglosajona y mediterránea y los Estados Unidos. De ella dan cuenta tanto los incipientes desarrollos del atletismo femenino, que en la década del veinte ya tenía sus clubes y torneos “que permitían a muchas mujeres jóvenes salir del anonimato”, como Amor y gimnástica, una exitosa novela de Edmundo de Amicis que circulaba en Buenos
Aires, donde el ejercicio físico de la mujer se celebra, ante todo, por facilitar sensaciones liberadoras, prescindiendo de los dictados de la moda o de las demandas del maternalismo.
En 1930 Expresaban, de todos modos, un claro reconocimiento de que “la vida al aire libre, la ilustración liberal, las exigencias del momento han transformado psíquica y físicamente a la mujer haciéndola más resistente a la doble tarea del hogar y del deber que ella misma se ha creado al influjo de la necesidad”.
Así, en tiempos en que la “vida moderna” consagraba un ideal de belleza donde los valores de la salud y el espíritu animado ya habían desplazado a la delicadeza, la sensibilidad y el recato decimonónicos, la relación de la mujer con las actividades físicas parecía querer definirse no sólo como “una práctica higiénica para evitar la enfermedad y mantener la natural belleza de las líneas” sino también como un recurso importante en la formación de “una legión de madres sanas y fuertes y no de atletas”. Si ésta era a fines de la década del treinta la perspectiva de una revista de divulgación como Viva Cien Años, que probablemente leían mujeres de clase media y sectores populares acomodados, la de la Revista Grafa, publicada a comienzos de los años cuarenta por los dueños de una de las fábricas textiles más importantes de la ciudad donde las mujeres sumaban más de la mitad de la fuerza laboral, era aún más ambiciosa y enhebraba la necesidad y conveniencia de la gimnasia con las razones del maternalismo, las de la capacidad laboral y el futuro de la nación.la segunda mitad del siglo
XIX. Levantando un nuevo ideal de maternidad, esta preocupación se proponía difundir prácticas cotidianas muy específicas destinadas a proteger integralmente la salud de la mujer y del niño. En Francia galvanizó como “puericultura”, en España se hablaba de “maternología”, en Italia de “nipiología”, en Cuba de “hominicultura”. En el mundo anglosajón fue parte sustancial del movimiento pora salud y bienestar infantil así como en los Estados Unidos, donde logró hacer un indudable impacto en las así llamadas “ciencias sanitarias del hogar”. Con matices –en algunos lugares más marcados por ideas hereditarias o eugenésicas, en otros dando una especial importancia a la raza o el grupo étnico– pero compartiendo gran parte de sus objetivos, estas nuevas disciplinas impulsaron la incorporación de la antisepsia pasteuriana en el parto, participaron de la retórica general a favor de la natalidad y de la del fortalecimiento de la “raza nacional”, reconocieron la importancia económica de la niñez como potencial capital humano útil en tiempos de la industrialización y usaron de la nueva infraestructura sanitaria en las ciudades. También alentaron la educación higiénica y las escuelas al aire libre, desarrollaron sistemas de atención tanto en al ámbito estatal como en el de la sociedad civil, desplegaron modernas estrategias orientadas a facilitar la interiorización de nuevas prácticas de higiene personal y hogareña. Todas ellas, de uno u otro modo, han facilitado el triunfo de un ideal de madre moderna caracterizado, por un lado, por el objetivo de criar científicamente a los hijos siguiendo una cartilla que se suponía mejoraría la calidad de la descendencia y, por el otro, por la celebración de un nuevo fervor maternal destinado a relegar en parte el que tradicionalmente la mujer le debía dedicar a su esposo.
En Buenos Aires la preocupación por la mortalidad y la salud infantil estuvo presente durante el último tercio del siglo XIX.Ya en 1879 Emilio Coni indicaba la conveniencia de establecer pequeños asilos maternales para asistir a las mujeres pobres. En 1892 se creó el Patronato y Asistencia de la Infancia, dependiente de la Administración Sanitaria y Asistencia Pública. Y en 1899 apareció la primera de las numerosas ediciones –de más de cien páginas unas, abreviadas otras– del trabajo de Gregorio Aráoz Alfaro titulado El libro de las madres. Pequeño tratado práctico de higiene del niño con indicaciones sobre el embarazo, parto y tratamiento de los accidentes que se seguiría reeditando hasta entrada la década del cuarenta del siglo XX.
Muy pronto esa preocupación se consolidó como un campo de saber específico, motivó a la cátedra de Clínica Pediátrica de la Facultad de Medicina a cambiar su nombre en 1919 por el de Clínica de Pediatría y Puericultura, se hizo evidente en iniciativas legislativas, desarrolló en los años veinte y treinta instituciones científicas como la Sociedad Argentina de Nipiología y la Sociedad de Puericultura, favoreció la aparición de visitadoras de higiene certificadas y nodrizas registradas, y afianzó su posición en el Estado con la aparición en 1908 de la Sección de Protección a la Primera Infancia dependiente de la Asistencia Pública. Todas estas novedades expandieron una red asistencialista para la infancia y las madres que a finales de la segunda década del siglo XX estaba asentada en las iniciativas del reformismo municipalista y en más de medio centenar de organizaciones caritativas y filantrópicas de muy diverso tipo.
Los contenidos de estas preocupaciones de neto corte maternalista tendieron a ser definidas por hombres médicos pero fueron mujeres las que terminaron haciéndose cargo de su difusión o su aplicación en la vida diaria. Las maestras de escuela, las visitadoras sociales o las filántropas de la elite las propagarían y las madres tratarían de llevarlas a la práctica en la mayor o menor precariedad material de sus hogares. En todo ello contribuyeron los congresos nacionales e internacionales –de médicos, del niño, de mujeres– que de muy diversos modos reconocieron en el valor de la maternidad y el cuidado de la infancia un tema relevante. Es en este contexto que debe entenderse la incorporación de la puericultura como asignatura en las escuelas secundarias de mujeres y las actividades desplegadas por grupos de mujeres de muy diversas impostaciones ideológicas alentando la moderna crianza infantil –de las mujeres de la elite en sus filantrópicos Clubes de Madres a las feministas y socialistas agrupadas en la asociación Unión y Labor y de los grupos que organizaban campañas informativas y educativas como la Semana del Bebé a los cursos impulsados por el Consejo Nacional de la Mujer destinados a formar jóvenes mujeres interesadas en especializarse en el cuidado infantil–.
La agenda maternalista definía un territorio compartido en los hechos –no necesariamente en la ideología– que legitimaba y justificaba cierta presencia de la mujer en la escena pública y le permitía acceder a una mayor autonomía personal y política. En las décadas del treinta y cuarenta se afianzaron muchas de estas novedades.
Una creciente profesionalización de las funciones públicas sumada a la presencia de la mujer en el mundo del trabajo extrahogareño aceleró la definición de políticas de Estado. A la primera legislación de comienzos del siglo XX en materia de trabajo femenino e infantil se enlazaron leyes y decretos que prohibían trabajar antes y después del parto, establecían cuidados médicos gratuitos, subsidios por maternidad y derecho de descanso para amamantamiento.
En 1936 se creó la Dirección de Maternidad e Infancia dependiente del Departamento Nacional de Higiene y en 1946 el organigrama de la Secretaría de Salud Pública de la Nación incluía una serie de agencias específicamente dirigidas a la higiene y medicina escolar. Muchas de estas iniciativas sumaron a las razones de la prevención y cuidado materno infantil renovadas preocupaciones sobre las tendencias declinantes de la natalidad y la necesidad de preservar el ideal maternalista entre las mujeres trabajadoras. Para esos años la mortalidad infantil ya había descendido significativamente.
Si entre 1870 y 1874 la mortalidad neonatal había sido del orden del 120.6 por mil y la postneonatal del 143.2 por mil, en el quinquenio de 1945-49 había disminuido al 17.9 por mil y 20.0 por mil con coyunturas de rápido descenso entre 1875 y 1904 y entre 1930 y 1949. La contundencia del descenso no impidió, sin embargo, que se siguiera hablando de la necesidad de cuidar de la primera infancia tanto por “razones humanitarias” cuanto por estar allí “el futuro capital moral y material de la nación”.3
En este clima de ideas, iniciativas legislativas, desarrollos profesionales, esfuerzos de difusión de ciertas costumbres y logros en las estadísticas vitales, la problematización de la tuberculosis infantil tuvo un destacado lugar. Su impacto en la mortalidad infantil fue significativamente menor que el de las enfermedades gastrointestinales y tanto a comienzos del siglo como a mediados de la década del treinta las tasas de mortalidad tuberculosa rondaron el 14,5 por 10.000 habitantes durante los primeros meses de vida y el 4 por 10.000 para los menores de 15 años.34 De modo que durante la primera y segunda infancias su impacto fue muy acotado incluso si, como proponía en la década del veinte Gregorio Aráoz Alfaro, se reconocía que muchas de las bronconeumonías y meningitis infantiles eran en realidad tuberculosis y debían consignarse como tales.
A mediados de la década del veinte la profilaxis del recién nacido comenzaba con su inmediato traslado a la sala de lactantes anexa a la maternidad donde se le aplicaba la vacuna BCG y una nodriza lo amamantaba mientras duraba su observación y hasta que se encontrara a quien se haría cargo de su crianza familiar. Todo el sistema de la colocación demandaba de inspecciones previas en los hogares que participaban del servicio, evitándose los que tenían familias numerosas y condiciones habitacionales precarias. No se entregaba más de un niño a una misma familia y visitadoras sociales de los dispensarios de lactantes o los dispensarios antituberculosos hacían el seguimiento necesario de cada niño. Cumplidos los dos años con la familia sustituta, el niño pasaba al preventorio infantil donde quedaba internado hasta los diez años. Según Raimondi, la colocación familiar del recién nacido explicaba el descenso de la mortalidad infantil tuberculosa en Buenos Aires entre 1925 y 1934, de un orden del 45%. la masiva administración de la vacuna BCG a los hijos de madres tuberculosas internadas desde 1925 y a todos los niños nacidos en maternidades dependientes de la Asistencia Pública desde 1933,
La teoría miasmática, la doctrina telúrica, y lo que hemos llamado “teoría social de la enfermedad”,4 son algunas de las doctrinas científicas elaboradas por los médicos en los siglos XVIII y XIX, que hacían referencia
al impacto del medio en la salud de la población. En su conjunto, estas corrientes constituyeron la base teórica del paradigma de la higiene pública en el ámbito local.
Emilio Coni- la infancia fue una de sus preocupaciones centrales y en 1904 siendo comisionado municipal y presidente de la sección de higiene, apoyó y dinamizó la creación de un dispensario para lactantes y gota de leche, con el fin de suministrar leche higienizada a 50 niños lactantes pobres enviados por la Asistencia Pública. El dispensario para lactantes funcionó hasta 1908, año en que el director de la Asistencia Pública, Dr. José Penna, creó la sección protección de la primera infancia. Esta institución hizo rápidos progresos: en 1912 había seis dispensarios instalados como anexos de la inspección de nodrizas, a cuyo examen estaban obligadas las madres que se dedicaban a la llamada “lactancia mercenaria”. La protección al lactante, cuyo iniciador había sido E. Coni, se realizaba por medio de tres instituciones: los dispensarios, los institutos de puericultura y la inspección de las nodrizas
Estas mujeres a partir de su labor se pusieron en contacto con las madres y generaron un vínculo indispensable para la concreción de las políticas sustentadas en la puericultura como especialidad. En este articulo entraremos la atención en la relación que los médicos establecieron con los niños y las madres que concurrieron a los establecimientos sanitarios; este vinculo se convirtió en el sustento de nuevas practicas que transformaron el discurso medico vigente sobre la maternidad puericultura como disciplina científica, que las instituciones de salud existentes realicen una “labor práctica, gestionando y promoviendo toda obra social que pueda beneficiar el binomio madre-hijo” (Propósitos y realidades, 1935:18). La relación materno filial se construía no solo a partir de los aspectos biológicos reproductivos, íntimamente ligados a los momentos del embarazo y del nacimiento, sino también a partir de un vinculo psíquico y afectivo que se prolongaba a lo largo del tiempo (Nari, 1996).
Por lo tanto, fueron ellas quienes hicieron hincapié en la importancia de la relación entre el medico y la madre, para la eficacia de las estrategias medicas: “la mujer humilde, sin mayor instrucción que nos consulta a diario, debe encontrar en el facultativo a un amigo, pues sino se intimida, se desorienta y contesta equivocadamente nuestras preguntas”. Solo la madre, desde su lugar trascendental, determinaría el éxito o el fracaso de los objetivos de la puericultura, la crianza de niños sanos; base de la riqueza económica política y social de la Argentina (Nari, 2004). El facultativo, para lograr un vínculo con la madre constante y permanente, debía acentuar algunas de sus cualidades: paciencia y “puntualidad”. Además debía modificar también sus procedimientos cotidianos, con la incorporación de estrategias –la explicación constante, las anotaciones– favorecedoras para una comunicación mas fluida con las madres. Esta disposición comprometía todas las tareas y rutinas en los consultorios se redujera; en función del reconocimiento de sus múltiples obligaciones hogareñas. Estas actitudes eran imprescindibles para lograr que la madre transformara en una “obligación primordial” la asistencia semanal al Dispensario, única manera de lograr un efectivo seguimiento a través de las revisaciones periódicas (Costa de Dobrenky, 1935). En definitiva, si el discurso medico reforzaba la importancia del vinculo con la madre para lograr una asistencia eficaz al niño, eran necesarios cambios en las practicas medicas habituales para obtener un lazo personal (madre-medico), que asegurara a los profesionales como referentes legítimos.
Las madres solteras constituyeron uno de los grupos que acudieron con mayor frecuencia a las instituciones médicas públicas 4, entre ellas a las instituciones municipales dependientes de la Dirección de Protección a la Primera Infancia.
Las Visitadoras, en muchos casos, no tuvieron otra opción que internar a “la madre y el niño en los Institutos de Puericultura mientras esperan la solución del caso, o procurar a las madres una ocupación compatible con la indestructibilidad del binomio madre-niño” (Bortagaray y Kreutzer, 1936:188).
Los Institutos de Puericultura se convirtieron en instituciones albergadoras de numerosas madres solteras. Estos establecimientos se encargaron de la asistencia medica hospitalaria para niños y/o madres que enfrentaban algunas de las siguientes problemáticas: infantes enfermos de alteraciones gastrointestinales, bebes sanos cuyas madres por falta de una alimentación abundante y substanciosa presentaban una secreción láctea escasa y pobre en alimentos nutritivos, y niños enfermos de cualquier otro padecimiento agudo cuya salvación dependiera de la inmediata hospitalización siempre que por razones especiales o del momento no fuera posible recurrir a un hospital u otro recinto.
Las razones de la permanencia de estas madres en los establecimientos se debía básicamente a su condición socio-económica; especialmente, era acuciante la situación de las trabajadoras domesticas, que perdían su trabajo por el niño. Las razones médicas, como dificultades en la lactancia, emanaban de las primeras. Sin embargo, aunque el problema excedía la estructura medica-sanitaria municipal existente, brindaba una oportunidad para transformar la situación de las madres solteras. Los médicos aprovecharon la presencia cotidiana de las madres para intentar implementar acciones fuertemente disciplinarias en pos de “la peregrina oportunidad de tratar de enderezar una vida”. El discurso medico las caracterizo como “doblemente valiosas”, en tanto su opción por la maternidad a pesar de las consecuencias generadas, el desprecio y el abandono las había “santificado”. La soledad en la que ejercían esta función era “un arma de doble filo”; el gran peligro que acechaba a las madres solteras, el inicio de su “camino descendente”, operaba como mecanismo discursivo e ideológico que reafirmaba la defensa de los valores familiares burgueses por parte de la corporación medica (Agostini de Muñoz, 1935:129-130).
La autoridad medica, construida sobre una imagen de sacerdocio laico, encontró un nuevo espacio de intervención, las “vidas que la ignorancia y la incomprensión de la sociedad tuercen o aniquilan”, sobre las cuales intervenir. Así, el mandato de su profesión, los obligaba a “hacer valer su autoridad y competencia para orientar a sus semejantes” (Costa de Dobrenky, 1936:49-50). La asistencia clínica, para el discurso medico, superaba así los aspectos netamente científicos, para abordar las condiciones sociales concretas de las madres, en función de una serie de imperativos moralizadores y reformadores.
En los anos treinta, ante un proceso de creciente profesionalización de las funciones públicas y de participación de los “expertos” en la elaboración de las políticas gubernamentales, se genero un consenso alrededor de la idea de que el Estado debía garantizar condiciones materiales y morales optimas para que todas las mujeres pudieran ser madres. Las leyes, elaboradas durante el periodo, evidenciaron la definición de una política social en la cual las inquietudes por la mujer trabajadora fueron uno de los ejes de las reflexiones tanto de quienes participaban en la vida política del régimen representativo (liberales, socialistas y católicos) como de quienes lo impugnaban. El trabajo femenino erosionaba y complejizaba la construcción de ese ideal maternal, así como las obligaciones y roles productivos asociados con el. Por lo tanto, el Estado, preocupado por la disminución de la natalidad y las consecuencias del trabajo agotador, genero propuestas tendientes a proteger a la mujer que trabajaba fuera de su casa (Lobato, 1997)7.
El trabajo industrial femenino fue esencial para ciertas industrias desde fines del siglo XIX; hacia 1930, las mujeres constituyeron el 62% del total de la mano de obra empleada en el sector textil, el 39% del total de las industrias de confección, el 26% del total de la industria química, 24% en la industria de la alimentación y el 14% de las graficas. Sin embargo, esta participación femenina se concentraba en determinadas tareas dentro del sector; en la alimentación como empaquetadoras y envolvedoras, en confección como modistas, costureras y aparadoras, en química como empaquetadoras y etiquetadoras, en textil como tejedoras e hilanderas. Durante la segunda mitad de la década de 1930 se acentuó la feminización de determinados segmentos del mercado de trabajo; en parte debido a la diferente proporción sexual de las migraciones internas en relación con las internacionales. Por lo tanto, las mujeres aumentaron su representación en la fuerza de trabajo en la ciudad de Buenos Aires hasta conformar el 24% del total, en la industria las mujeres fueron el 33% del total (Nari, 2004:79-81).
El ingreso cada vez mayor de las mujeres en el mercado de trabajo, desarrollado en la década de 1920 para el sector administrativo y de servicios y en la década posterior para el trabajo fabril, puso en jaque tanto la concepción vigente sobre la división sexual entre el mundo público y el mundo privado como el proceso de glorificación de la maternidad que identifico la subjetividad femenina con la condición materna. Por lo tanto, rápidamente, la labor remunerada de las mujeres en el mercado se convirtió en objeto de debate público. El trabajo femenino asalariado fue una de las prácticas identificada como amenaza para la construcción del ideal maternal por diferentes sectores políticos e ideológicos. El trabajo femenino ponía en peligro a los hijos tanto en un aspecto orgánico-biológico como moral. Así se presento bajo diferentes conceptualizaciones: en primer lugar como “degeneración”, visión hegemónica durante la época. El trabajo durante el embarazo ponía en peligro claramente la salud del binomio madre-hijo porque permanecían “en el trabajo hasta el último momento” y entonces soportaban “la fatiga y el surmenage consiguiente”. Además, su condición de trabajadora provocaba su ausencia de los controles previos necesarios para asegurar la salud del niño; por lo tanto las madres ingresaban a las maternidades “en trabajo de parto, sin haber concurrido anteriormente al consultorio de servicio” Además la “fatiga corporal” que acompañaba a la obrera “hasta el último día de gestación”, “el cansancio físico originado en la lucha por el pan de cada día” era el “gran factor de parto prematuro” (Llames Massini, 1935:257-261). Con el correr del tiempo, el vinculo entre trabajo salariado femenino y prematurez de los niños se consolido en el discurso medico (Murtagh, 1943); de esta manera, la madre fue responsable de una nueva causa de mortalidad infantil, el nacimiento prematuro, sobre la cual los médicos intentaron actuar en este periodo. La participación femenina en el mercado de trabajo, impactaba negativamente sobre la salud de toda la población. La madre no debía debilitarse ni extenuarse para traer al mundo hijos sanos y robustos.
Una vez ocurrido el nacimiento, otras amenazas se cernían sobre la salud del lactante: las dificultades que la ocupación fabril maternal generaba en torno al “problema de la alimentación de su niño dada su ausencia del hogar durante más de la tercera parte del día”. La lactancia materna se veía imposibilitada, a pesar de las reglamentaciones vigentes8, por lo tanto la madre aunque tuviera “suficiente pecho para su hijo” por no “abandonar el trabajo” debía “recurrir a la lactancia artificial” (Carreno y Cosin, 1940:113).
Esta situación se potenciaba, porque las mamas proletarias acudían a otras personas (familiares, hijos mayores, vecinas) para la atención de los niños durante su ausencia en el hogar. Surgió, de esta manera, una actividad en el seno de los sectores mas pobres: “la cuidadora de niños”. Los sectores altos y medios contaron tradicionalmente con miembros del servicio domestico, niñeras, nodrizas, gobernantas, que formaron parte de un extenso plantel de mujeres encargadas de la crianza de los niños en los hogares burgueses. Sin embargo, se objetaron prácticas de este tipo entre los sectores populares.
Los médicos desconfiaron de las “cuidadoras”, a pesar de ser un oficio de larga data; ya que la alimentación y dirección de lactantes “con mujeres extrañas al ambiente familiar, sin el cariño y la dedicación de la madre”, significaba “casi siempre, un perjuicio para el buen crecimiento de los mismos y de su desarrollo intelectual”, por varias razones. En primer lugar, remarcaban “la importancia de los estímulos psíquicos maternales” basado en la concepción central de identificación de mujer y madre. Así, la maternidad implicaba una actividad de tiempo completo, imposible de ser realizada por otra persona. Además, las madres sustitutas simbolizaron todos los prejuicios médicos sobre los sectores obreros; por lo tanto las encargadas carecían “de nociones de higiene”, poseían “equivocados prejuicios alimenticios”, su alojamiento era “deficiente o malsano”, en la vecindad habitaban y convivían con “enfermos” (Cucullu, 1941:134-135). Esta imagen siniestra se debía a la oposición que la práctica de las mujeres trabajadoras generaba sobre el ideal maternal construido. Sus experiencias demostraban que la maternidad podía ejercerse en forma parcial y conjunta, ya que se confiaba en la capacidad de cuidado y atención de otras mujeres, cuyo lazo con los niños no era biológico. Además, esta crianza repartida entre mujeres y familias que compartían tanto espacios sociales como culturales reforzaba la resistencia a la cultura médica de protección a la infancia.
La ley 11317 concedió a la madre trabajadora en su artículo quince, el derecho de disponer de un intervalo de 15 minutos cada 3 horas para la lactancia de su hijo. Para ello en los establecimientos que ocuparon un número de cincuenta obreras mayores de 18 años, deberían habilitarse salas maternales (Carreño y Cosin, 1940). “cada Instituto tendrá anexado un taller en el que las madres dedicarán las horas disponibles a la costura; este taller es de suma importancia, en él las madres podrán permanecer de cuatro a cinco horas diarias ocupadas en esa pacífica labor que todas saben hacer” (Agostini de Muñoz, 1935:120). La costura, en tanto actividad posible de desarrollar dentro del hogar compatible con las tareas domesticas y maternales, aparecía como un aprendizaje significativo.
Así uno de los objetivos de las medicas y visitadoras era aprovechar la presencia constante y continuada de las madres en los Institutos “para tratar de elevar su nivel intelectual y moral”; en pos de lograrlo, transformaron la estructura existente y formaron una “Cooperadora del Instituto de Puericultura N° 3”, cuya “misión” era “enseñar a leer y escribir a las analfabetas”, brindar “lecciones de economía doméstica, costura, lavado, planchado y enseñanza práctica de puericultura” no solo a las madres de los niños admitidos sino a toda madre de la zona que quisiera concurrir. Estos proyectos finalmente se plasmaron en tres cursos; el primero dictado por la señorita Carmen Zerbino, maestra normal para “enseñar a leer, escribir y nociones de aritmética”, el segundo dado por la Sra. Emilia S. de Diaz, de costura y tejido, y el ultimo a cargo de la Sra. Amelia M. de Marolda, de cocina, que tuvo especial importancia como instrumento de inclusión en el mercado laboral “ya que la mayoría de las internadas trabajarán como domésticas” (Costa de Dobrenky, 1936:51).
Para asegurar la efectiva concurrencia de las madres y de los niños menores de dos anos a las instituciones municipales sanitarias bajo la Dirección de la Protección a la Primera Infancia, fue central la función de la visitadora de higiene que construyo un vinculo personal con la madre a través de la visita. Los médicos valorizaron la importancia del vinculo con la madre para lograr una asistencia eficaz al niño; estas ideas y experiencias implicaban la gestación de cambios en las practicas medicas habituales para obtener un lazo personal (madre-medico) que asegurara que los profesionales se convirtieran en referentes legítimos.